Suelen dominarme sensaciones, pálpitos, intuiciones. Suelo dejarme guiar por la locura del no pensar, y creer lo increible si lo siento real. Suele la gente reirse, mirar raro, no entender mis reacciones incoherentes. Suelo guardar en el pecho las peores sensaciones, negandolas hasta que se hacen hecho visible y me obligan a enterrar el 'yo sabía!'. Todos estos sintomas solían ser relativamente normales, hasta ese día.
Era raro estar ahí otra vez, hacia tiempo no visitaba su casa. En la vorágine de la rutina, ciertas cosas pasaron a segundo plano.. y esta es una de ellas. El encuentro con quien quiero guiado por quien no creo se vuelve algo tedioso por momentos, y generador de culpa a la hora de oir sin escuchar lo que alguien tiene para decirme, dejando la reflexión para el después y usando el instante para pensar lo que debería estar haciendo mientras paso los minutos con la mirada perdida su imágen humana, que una y otra vez me dice lo que ya se. Por eso dejé de visitarlo, solo por eso.
Pero resulta ser que en ese momento me vi obligada a volver a su casa, a relajarme en su lecho, a creer que podría soportar que un ser semejante a mi, se crea semejante a él. Lo intenté, seguí intentando, lo olvidé y volví a intentarlo más tarde.. pero no pude. Una mañana de jueves mis ojos se cerraban solos, ese que cree saberlo todo me decía por enecima vez eso que siempre supe, y pese al exagerado intento de permanecer erguida, caí sobre mi mano derecha como en los viejos tiempos, cuando con diez años la rebeldía me provocaba sueño intentando demostrar el 'no te creo'. Seis años después sigo sin creerle. Y con el último parpadeo lo dejé hablando solo, sentado, lamentando sus hernias de disco desde ese lugar de superioridad que se inventa para engañar a unos pocos, incluso él mismo.
Minutos después, y acá se genera todo, ya su charla había acabado. Con la típica sensacion de caída que abre paso a un sueño, abrí los ojos de golpe, negando al sueño. Decidida a despertar quise mantenerlos abiertos, como si así pudiera evitar soñar. No pude...creo. Y no quise, tampoco quise.
Al despertar no todo estaba como lo había dejado. El hombre ya no estaba allí sentado. La multitud ya no escuchaba, lloraba. A mares, con dolor, entre abrazos... lloraba. La música se escuchaba de fondo, no podía identificar su letra, las voces entrecortadas tapaban la melodía. Y mi mano, esa sobre la que había caído minutos antes, no estaba. No la veía, no la sentía en mi cara. A decir verdad, no sentía nada. Solo una gran presión en el pecho y el dolor de los alrededores que comenzaba a concentrarse en mi, llenándome los ojos de lágrimas. Los cerré con fuerza respirando profundo, con impresión, como intentando dejar las gotas caer... como si existieran!
Y otra vez volví, si me había ido, volví. Y todo estaba en su lugar. La mano, la gente, el sujeto de morado {como suele lucir durante la cuaresma}. Todo en perfecto orden. Bueno, no todo... la presión en el pecho, la respiración agitada y la mirada de extrañamiento quedaron en mi, como signo y recuerdo fugaz de esa sensación que tuvo un largo aproximado de cinco segundos, pero una larga vida en mi interior.
Depositando mis ojos en SU imagen, jure no volver a dormirme. Y saliendo del estado de abstracción permanecí sentada mientras la multitud se acercaba a compartir su mesa. Nada que ocurra en mí levanta sospechas hasta que pasan diez minutos sin que se escuche mi voz, y ahí llega el clásico:
-¿Estás bien?.
-Si... creo... por ahora... mientras ÉL así lo quiera.
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